1 de noviembre de 2002

La imposible actualidad de la divulgación científica

Martín Bonfil Olivera
publicado en El muégano divulgador, núm. 21 (noviembre 2002-enero 2003)


Una de las obligaciones del divulgador científico es estar actualizado. Sin embargo, hoy que la ciencia adelanta que es una barbaridad, tal pretensión se torna punto menos que imposible. Incluso cuando los divulgadores logramos estar al día en cuanto a los avances más recientes, un artículo publicado en una revista, periódico o (peor aún) libro quedan rebasados en cuestión de días, cuando se publica en los journals especializados el último detalle sobre el tema.

Quizás el problema es que estamos errando el objetivo. Tal vez no se trata de estar actualizado a ultranza: no tendría sentido, por ejemplo, publicar actualizaciones semanales sobre un mismo tema sólo para poder presumir de que nuestra información siempre está al día (si ese fuera el objetivo, el medio más adecuado para hacerlo sería una página en la interred, renovada constantemente).

Generalmente lo que busca la divulgación científica es dar un panorama general; explicar los principios básicos. Abundan los ejemplos de textos que logran esto, y por ello siguen siendo útiles aún cuando hayan perdido algo de su actualidad original.

Eso sí: cuando ocurre un nuevo descubrimiento que es verdaderamente revolucionario –un auténtico cambio de paradigma– habrá que publicar un nuevo artículo o una nueva edición del libro, donde el autor dirá: «lo que dije antes ha dejado de ser válido: hoy sabemos que las cosas son así y asado”. Pero fuera de estos casos excepcionales, es raro que la mera falta de actualidad sea motivo suficiente para rechazar o desechar un buen texto de divulgación.

Para el periodismo científico, en cambio, el argumento anterior no resulta muy convincente: para el periodista, la actualidad en un valor esencial. Pero aún así, cuando un tema está “caliente” y avanza a paso rápido, hay que pensárselo dos veces antes de publicar durante tres semanas seguidas desmentidos y «nuevos descubrimientos» sobre un mismo tema. El riesgo es cansar, confundir y desilusionar al público (“¿es que estos científicos no pueden ponerse de acuerdo, no pueden decidirse de una vez por todas?”, podría preguntarse el lector).

Así como el divulgador no puede tener el mismo nivel de precisión que un investigador científico, tampoco tiene caso que pretenda estar siempre absolutamente actualizado (aunque sí razonablemente al día). Antes que eso, debe aspirar a que su mensaje sitúe al lector, le aclare el panorama y despierte su interés. No se necesita mucho más.

1 de agosto de 2002

No divulgarás

Martín Bonfil Olivera
publicado en El muégano divulgador, núm. 20 (agosto-octubre de 2002)


Vuelva usted sobre sí. Investigue la causa que le impele a escribir; examine si ella extiende sus raíces en lo más profundo de su corazón. Confiese si no le sería preciso morir en el supuesto que escribir le estuviera vedado. Esto ante todo: pregúntese, en la hora más serena de la noche, ¿debo escribir? Ahonde en sí mismo hacia una profunda respuesta; y si resulta afirmativa, si puede afrontar tan seria pregunta con un fuerte y sencillo “debo”, construya, entonces, su vida según esta necesidad.

Rainer Maria Rilke, “Carta a un joven poeta”


¿Por qué una nueva columna en este abigarrado boletín? Quizá porque ser editor a veces es tarea solitaria, en que se tiene voto pero no voz. Quizá también, espero, porque hay cosas que decir. Pero sobre todo por esa profunda necesidad de compartir que constituye para mí la esencia de la labor de divulgación.

El nombre de este espacio puede despertar suspicacias. Se trata no de negar –sería impensable– el derecho a divulgar, sino precisamente de llamar la atención sobre la labor; tal vez de cuestionarse el compromiso con ella. Preguntarse qué haría uno si enfrentara una prohibición o mandamiento como el del título.

Cuando, hace más de dos años, un pequeño grupo de divulgadores nos reunimos para concebir este boletín de aspiraciones comunitarias, una de las primeras cuestiones sobre las que debatimos larga pero placenteramente fue el nombre que debía recibir. El muégano divulgador fue la elección final, pero No divulgarás era el apelativo que en realidad estaba más cerca de nuestro corazón. Nos parecía una afirmación polémica, retadora, dispuesta a despertar la cavilación. Así que hoy me atrevo a retomar este olvidado título para reflexionar sobre la divulgación y sus alrededores.

“No divulgarás”. La respuesta surge automática: “¿cómo que no? ¡Sí divulgaré!, ¿por qué no?”

Sólo que lo importa es por qué sí divulgar: para qué, con qué concepción de la ciencia y de su comunicación; para lograr qué objetivos. Y me consta que, aunque las preguntas se han formulado una infinidad de veces, tanto en nuestro país –en mesas redondas, congresos de la SOMEDICYT y otros foros– como en otros –valga la experiencia del reciente congreso “La ciencia ante el público”, en Salamanca–, las respuestas distan mucho de estar claras.

Exploremos, pues, qué, por qué y cómo divulgar. Y discutamos, y discrepemos y disfrutemos (quizá es lo mismo). De eso es finalmente de lo que se trata la ciencia, ¿o no?