publicado en El muégano divulgador, núm. 29 (julio-septiembre de 2005)
La versión estándar es clara: la labor de divulgación científica consiste en poner el conocimiento científico (o, más ampliamente, la cultura científica, incluyendo su visión del mundo, su metodología, historia, problemas filosóficos y su relación con el resto de la sociedad) al alcance de un público voluntario y no científico (es decir, que no se dedica a la ciencia y que no recibe el mensaje divulgativo como parte de una enseñanza formal).
Visto así, no queda la menor duda de que existe algo, la ciencia (o el conocimiento científico) que construyen unos especialistas (los investigadores científicos), y que el divulgador transforma (traduce, recrea, reformula…) para hacerlo accesible a su público. En ese sentido, el discurso divulgativo es indudablemente secundario: el científico produce y el divulgador distribuye, dándole la presentación adecuada, el producto.
Sin embargo, cuando se profundiza en el proceso de generación del mensaje divulgativo, esta visión simplista se problematiza. En primer lugar, las distinción tajante entre la ciencia de los científicos y la que se divulga es borrosa. Si bien dos biólogos moleculares especializados en la genética del desarrollo de la mosca Drosophila pueden no tener problema alguno para comunicarse, en cuanto salen de su estrecho círculo de colegas para tratar de hacerse entender por, digamos, un biólogo molecular de plantas, comienzan a tener que “divulgar”. Conforme el investigador desciende por el árbol de la especialización para intentar establecer comunicación con un zoólogo, un ecólogo o un botánico (y, al seguir alejándose de su círculo, con un médico, un físico, un ingeniero, un abogado, un plomero…), se ve en la necesidad de adaptar su mensaje para que sea comprensible; traducirlo, darle una nueva forma.
Pero toda traducción implica, necesariamente, una re-creación; traducir nunca es sustituir directamente palabras en un lenguaje (el especializado del investigador, por ejemplo) por las palabras equivalentes en otro (el lenguaje común, digamos). Para traducir se requiere siempre construir un nuevo mensaje en otro idioma, proceso que indudablemente sacrificará algo, pero que para poder llamarse traducción, tiene que mantener cierta fidelidad con el original. Algo se tiene que conservar; cuánto, es el problema que enfrenta el traductor. La traducción de poesía es probablemente el caso extremo: la traducción de un poema tiene necesariamente que ser también un poema; para traducir poesía se tiene que ser poeta.
Toda traducción es creación. La labor de divulgación es también una creación original, que si bien usa como materia prima la ciencia académica de los investigadores, es distinta de ella tanto en forma, contenido y lenguaje; en sus objetivos y públicos. Quizá sea válido, entonces, considerar también la divulgación como un discurso científico primario, relacionado pero distinto del discurso científico de los especialistas.
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