publicado en El muégano divulgador, núm. 30 (octubre-diciembre de 2005)
El lúcido aunque pesimista biólogo molecular Erwin Chargaff expresa en su ensayo “Los amateurs” (reproducido en la compilación Todo por saber, dgdc-unam, 1999) su convicción de que “los expertos son los responsables del lío en que nos encontramos”, y considera que “si el mundo aún puede salvarse será por los amateurs”.
La propuesta resulta pertinente cuando se considera la muy extendida opinión –sobre todo entre investigadores científicos– de que los divulgadores, periodistas científicos y fauna relacionada son una especie de amateurs de la ciencia (llegan incluso a negarles el apellido “científicos”, permitiéndoles tan sólo considerarse “de la ciencia”).
Pocos especialistas hay más especializados que los investigadores científicos. Desde ese punto de vista, es cierto que un divulgador, al abordar un tema especializado, no es más que un amateur. Pero se olvida que las necesidades intrínsecas de la labor de poner la ciencia al alcance del público no científico son tales que no queda más remedio que convertirse, en mayor o menor medida, en un generalista. Alguien que pueda abordar diversos temas –lo amplio de la gama dependerá de los intereses y capacidades personales– con un nivel de profundidad tan sólo adecuado para poder realizar la labor correctamente… y quizá hasta con algo de creatividad, si es posible. Abarcar mucho y apretar tanto como se pueda… No más, por más que uno quisiera.
En vez de tomar la falta de especialización del divulgador como signo de amateurismo (en el sentido peyorativo; la palabra ha llegado a convertirse en sinónimo de “improvisado”), convendría reconocer la profunda importancia que tiene para el divulgador su carácter generalista. Es gracias a él que logra mantener el interés de su público para convertirlo en público cautivo y cotidiano, en “cliente” de la ciencia. Para construir una cultura científica en el ciudadano no basta con ofrecer eventos únicos; hay que mantener una oferta constante y necesariamente variada de ciencia accesible y atractiva.
Chargaff defiende el valor de los amateurs: son los únicos capaces de lograr lo que los especialistas no pueden. No por nada propone “deshacernos de una vez por todas de la ridícula reverencia a la especialización que se nos ha metido en la cabeza”. Reconoce que, fuera de su campo, un especialista es quizá el tipo de persona que puede causar más estropicios.
Si la investigación es imposible sin valiosos especialistas, la divulgación científica requiere por naturaleza, en cambio, gozosos generalistas de la ciencia. (Aunque, necesaria, inevitablemente, un buen divulgador sea también un especialista… en comunicación de la ciencia).
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