publicado en El muégano divulgador, núm. 32 (mayo-junio de 2006)
El título de esta colaboración pudiera parecer agresivo. No es esa su intención. Sí lo es hacer una crítica a la actitud que, tristemente, parece privar en gran parte del medio de los divulgadores científicos, al menos en nuestro país (y, por desgracia, en nuestra institución).
La palabra “autismo” no se usa aquí en su sentido literal (“síndrome caracterizado por la incapacidad congénita de establecer contacto verbal y afectivo con las personas”).
Es más bien metáfora de una actitud en que cada divulgador trabaja individual, solitariamente, en un aislamiento del que sólo sale para dar a conocer sus obras al resto de la humanidad (o de la tribu divulgatoria).
En efecto: ya sea en la diaria labor creativa de poner la ciencia al alcance del público, o bien en la más bien esporádica reflexión sobre dicha labor (reflexión necesaria pero todavía incipiente, y en la que comienzan a surgir simulaciones que disfrazan estudios superficiales o intrascendentes de investigaciones sesudas), los divulgadores parecemos no tener memoria y no estar dispuestos a tomar en cuenta los hallazgos y el trabajo de nuestros colegas. Pareciera que cada quien prefiere, una y otra vez, redescubrir el hilo negro.
Los divulgadores autistas somos incapaces de formar una verdadera comunidad. Esto tiene varios inconvenientes. Uno es la simple ineficiencia que desaprovecha la experiencia acumulada (así sea la de los intentos fallidos, caminos cuya futilidad ha quedado probada).
Otra desventaja es que los hallazgos y logros propios no son puestos a disposición de los colegas. Al menos no de una manera académica: como herramientas compartidas. En todo caso, se ostentan como triunfos que señalan la propia superioridad frente a los competidores.
El egoísmo ensimismado del divulgador autista es también poco ético: implica el no reconocimiento del éxito y los logros de los demás. Es, en este sentido, una actitud envidiosa.
Pero quizá lo más grave es que la conducta autista impide que entre los divulgadores exista una verdadera actitud académica, es decir, de crítica comunitaria y constructiva. De examen colectivo, sin apasionamientos pero sin complacencias, de las propuestas para seleccionar aquellas que sean más adecuadas para nuestros fines, y que resulten por ello mismo más convincentes para la comunidad.
Mientras no logremos establecer un diálogo académico, formando así una verdadera comunidad profesional, los divulgadores autistas seguiremos contando sólo con nuestros propios recursos individuales. Y seguiremos siendo incapaces de generar ese tipo de pensamiento colectivo que le da su fuerza a esa ciencia que pretendemos divulgar.
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